domingo, 6 de octubre de 2013

Nuestro tren,



Cojo su mano nerviosamente mientras miro por la ventana. Miro cómo dejamos la ciudad atrás a una velocidad de vértigo. 
Él me devuelve el apretón y como le parece que no es suficiente me rodea con su brazo y besa mi sien.

Pero eso no me calma. 
No en este momento. 
No cuando voy a perderle en cuestión de minutos. 

Contengo las lágrimas. No puedo dejar que me vea llorar en este momento, no puedo dejar que se vaya y su última imagen de mi sea con la cara húmeda y la nariz roja. 

Él suspira y noto cómo traga saliva cuando el tren empieza a pararse. Es nuestra parada. O la suya. O la de ambos si contamos que él es una grandísima parte de mi. 

Bajamos del tren y más de una persona nos empuja por querer salir rápidamente de ese tren. Yo no quiero. 

Cuando pisamos suelo firme nos quedamos quietos en medio de gente que corre, gente con prisas. 
Al mismo tiempo que el tren arranca de nuevo provocando, entre todo el jaleo, un ruido ensordecedor. Pero, en cuestión de segundos la calma vuelve. La gente con prisas ya se ha ido de la estación, y gente nueva empieza a llegar tranquilamente esperando al siguiente tren. Mi pesadilla. 

Miro sus ojos, quiero ver algo familiar. Necesito observar sus ojos. Cuanta calma, amor y serenidad he encontrado en ellos siempre. Ahora solo hay amor, y miedo, y tristeza. 
Sin poder evitarlo cojo con mis manos su cara y pego mis labios a los suyos. Él suelta las maletas provocando un ruido sordo que resuena en el eco y silencio de la estación y me pega a él cogiéndome de la cintura. Me devuelve el beso recordándome lo mucho que me quiere y me necesita. 
Y lo sé. 
Sé que lo hace.

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